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14 de marzo de 2010

Laberintitis



Por: Kenny Oñate

El Grito - Edvard Munch

Me acomodo sobre el asiento delantero del auto. Tomo mi pequeño espejo. Comienzo a maquillarme, intentando inútilmente disimular las imperfecciones de mi rostro que nunca te cansaste de remarcar. Puedo darme el lujo de dedicar tiempo a una tarea inútil. No tengo apuro. – Es decir – Sí lo tengo, pero matarte no es fácil. Y esta no es ni de lejos la muerte que te mereces; sin una gota de sangre, sin una lágrima de dolor, sin una pizca de arrepentimiento, sin un segundo de delirio febril. El veneno que te mata es tu propio veneno. He allí la ironía de la expresión; “Me muero de ganas de darte un beso”. Siempre te dije: “Vamos, atrévete”, no con palabras claras, pero con miradas desnudas, con la yema de mi dedo índice excitando la exacta fibra nerviosa que conduce esa señal. El veneno que te consume son esas ganas que experimentas ahora. Deberías aprovechar que fui benevolente y te ahorré el delirio febril. Pero ni aún en este último segundo de lucidez quieres aceptarlo. ¿Se puede ser más ingenuo que tú?

Ese viernes te maté, a veces prefiero pensar que te dejé morir; pero mi corazón esta orgulloso de saber que fui yo quien te mató. A las seis de la tarde de ese día me di cuenta que no había ingerido alimentos en más de veinticuatro horas. Y el hambre invadió mi cuerpo de una forma inclemente; no sólo era la ausencia de alimentos en mi estómago, sino la ausencia de carne putrefacta y sangre maloliente en tu muerte. Comí un pollo entero, crudo y frío que saqué del refrigerador, olvidé retirarle el plástico  que lo envolvía.

Ese mismo sábado te enterraron. Ese mismo sábado, el clamor apagado de tus quejidos y lamentos penetró mis oídos y solo mis oídos. Entró como la luz indisoluta del sol en un ocaso sobre el mar; sin lastimar ninguna estructura vulnerable, sin afectar ninguno de los pequeños huesecillos que permiten la audición. Entró directamente a mi laberinto y lo violó con la inclemencia con la que Cronos violó a Rea. Desde entonces estas calles que conocía de memoria son intransitables. Todo gira en incesable espiral. Tropiezo, caigo en todas direcciones, no me sostengo. He perdido la noción de dónde están las cosas, de dónde estoy yo. Un día intenté suicidarme, me arrojé desde un puente e intenté caer. Pero caer en todas direcciones no es caer. Desde entonces vivo así; condenada al eterno caos del orgullo de saber que fui yo quien te mató.





Kenny Oñate
(Quito, 1991)


Disfruta de la Literatura y del Teatro. Entre sus narradores favoritos figuran Miguel Ángel Asturias, Gabriela Alemán, José Mauro de Vasconcélos, Pablo Palacio y Salinger. Entre sus dramaturgos favoritos se encuentran Oscar Wilde, Peky Andino, Eugenio Lonesco y Anton Chejov.

Actualmente cursa segundo semestre de Medicina en la “Universidad Central del Ecuador”, participa de los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de los talleres de teatro de los laboratorios de arte comunitario del Municipio de Quito.

Sus cuentos han sido premiados en el Concurso Literario Día del Libro y de la Rosa y en el Concurso Intercolegial de Relatos de la USFQ.

Más información sobre él y otros cuentos en http://ni-en-pintura.blogspot.com

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