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10 de septiembre de 2016

ECUATORIANÍSIMAS - TRES

Tiempo cerca del cielo, San Francisco de Quito… 

La rebeldía de un cuadro de Oswaldo Guayasamín y la ternura de una canción de Julio Jaramillo te hacen recordar, de pronto, en medio de la ausencia que habitas, ese delgado romanticismo de la capital del Ecuador. 

Entre el sol y el frío, los barrios trepan el aire y se deslizan en la cordillera y corren en la planicie del norte formando una flor única de tradición y modernismo, arquitectura y poesía. 

Se cuenta que la comunidad originaria ocultó el corazón y el tesoro de su postrer cacique para evitar el saqueo y la profanación que venían ejecutando los conquistadores ibéricos. 

Un fraile, primo de Carlos V°, trajo la hostia y el pan en la semilla del trigo y en el sueño de levantar un monumento católico capaz de lograr la asimilación y el apaciguamiento de la cultura vencida. Esa voluntad inspiró la edificación de iglesias y claustros que integran San Francisco, ciudad y joya de piedra y fe que desafía la dictadura del espacio. 

En la plaza principal comulgó Orellana, al frente de su expedición, antes de perderse en las selvas inéditas y descubrir ese dulce y épico mar de las amazonas. 

A la luz del cabildo, el pueblo hizo estallar la revolución de las alcabalas contra los impuestos excesivos y el desborde de autoridad de la corona imperial. 

Ejemplo de sinestesia, el pincel se convierte en sonido en un San Gerónimo singular, compuesto por un artista que ocultó su firma. 

El diez de agosto de 1809, al pie del primer grito de independencia, manos anónimas escribieron en los blanquísimos muros: ‘Último día del despotismo y primero de lo mismo’, original percepción de la praxis política. 

En las estribaciones de las montañas circundantes, los españoles fueron derrotados por Sucre. En el salón máximo, Bolívar bailó el vals del amor con Manuelita Sáenz. Al salir de misa, jóvenes radicales asesinaron al dictador conservador García Moreno. En las calles fue arrastrado Eloy Alfaro, líder liberal. Desde un balcón demagógico, Velasco Ibarra -el último caudillo civil de la República y tal vez de América Latina- obtuvo, con su verbo y su imagen, cinco veces la presidencia del país. 

A la sombra de los altares barrocos, reciben la bendición nupcial parejas que aún bordan con serenatas y paseos los farolitos y los adoquines de La Ronda. 

Quito es patrimonio de la humanidad, según consta en una declaración de las Naciones Unidas. Pero, en términos cotidianos, es clima que derrama frutas en la mitad del mundo; es licor de aguardiente y canela a la orilla de la amistad; es la infancia que regresa en los trenes cuando cantan los gallos y la bruma; es el trabajo de la gente; es Benjamín Carrión en el acto de redactar el párrafo final de la biografía de Atahualpa; es el cóndor que todavía combate encima de páramos y huasipungos. 

Porque, además de la rebeldía y la ternura del romanticismo, el cielo debe ser la justicia social y la libertad individual -hoy- en la tierra. 

El cuadro y la canción se van desvaneciendo y tú empiezas a organizar estas palabras. 

La Nación, Costa Rica, (22. II.1986) Página 15A / www.segioroman.com / romantic@racsa.co.cr

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