Para comprender mejor la obra poética de Rafael es necesario recordar algunos rasgos esenciales de la década 1960-1970 y las siguientes, cuando el poeta elabora y publica sus libros de poesía. En el artículo titulado El poder de lo irreverente, Rafael subrayaba:
El movimiento tzántzico dio una respuesta auténtica, creativa, movilizadora a la demanda ideológica-estética de nuestra literatura en un momento histórico concreto; una propuesta estimulante y multiplicadora cuando la producción poética había entrado en un estadio de estancamiento y retroceso.
Fortaleza inca de Sacsahuamuán, cerca del Cuzco. A la izquierda Rafael Larrea, en el centro Hugo Bejar, artista cuzqueño, y a la derecha Raúl Arias. Año 1965. |
Rafael tentó y consiguió transmitir diferentes voces extraídas siempre de la entraña popular, desde abajo, poniendo en claro lo que abajo significa: el pueblo con su fortaleza, que a pesar de la opresión que sufre, siempre es el que nos da de comer, de vestir, de crecer y de alegrarnos. Ese pueblo que ahora, siglo XXI, sigue en el exilio obligado, enviando remesas de recursos obtenidos con su trabajo fecundo, con sus manos fuertes y poderosas, con su inteligencia viva y despierta.
En el artículo ya mencionado, El poder de lo irreverente, que se publicó en la revista Diablo Huma en marzo de 1990, anota:
El movimiento tzántzico fue encontrando los elementos de su ideología y de su estética en un proceso vital de cuestionamiento y revaloración de lo nuestro, del pasado, de la cultura universal. Desarrollamos el pensamiento crítico, adoptamos una actitud consecuente con las necesidades históricas de nuestro pueblo en marcha a su futuro de libertad y pusimos todo empeño para dinamizar nuestra creatividad. Ubicados dentro de una corriente ideológica y estética de izquierda, sostuvimos la necesidad de una asimilación sustancial del Marxismo, así como la imprescindible asunción de una estética coherente, para lo cual penetramos la textura del naturalismo, el realismo socialista, el surrealismo, el dadaísmo y más corrientes renovadoras.
Al final del escrito, bajo el epígrafe de Manifiesto, Rafael proclama los principios ideológicos que rigieron la creatividad entre los tzántzicos:
Nosotros, los de este lado de la raya, nos negamos a redactar el testamento que tan acuciosamente solicitan todos quienes anhelan un respiro de irresponsable tranquilidad.
Mientras estemos vivos, hablaremos. Y muertos, también. No hemos nacido para morir. No hemos remado sobre arenas movedizas, ni hemos desintegrado nuestro ser. No hemos bebido la luna de Li Po en vano.
Somos los gestores y partícipes, los responsables de los actos y las palabras, de los sueños, de la actitud y el pensamiento, los proponentes y los jornaleros, los poetas que damos testimonio.
Espartaco, el primero de los Tzántzicos, nos enseñó a erguir la espalda adolorida de todos los esclavos y a luchar por la dignidad del hombre.
Nuestra misión en la tierra es crear, no sobrevivir. Nuestra tarea es transformar.
No hay una sola dimensión del ser. Se es un instante y también el resto de la piedra. Cada cual es su propia sombra.
Los hombres somos tercos, porque somos realidad.
Seguiremos cuestionando la eternidad de las esfinges, arrebatándoles su sacrosanta justificación de la propiedad privada que mantiene en las huachimanías a los desposeídos y humillados.
Tras los diluvios y los sismos, este otro tiempo. Tras una etapa de crisis, otra más general y profunda, y así en adelante porque los factores que la generan son los mismos. Pero son los otros, los opresores, los que están en crisis. Los poetas y los pueblos la resolverán a su favor cuando asuman las riendas de sus destinos. Este otro tiempo exige respuestas. Debemos dárselas. Unámonos.
Así fue y así es Rafael Larrea, un poeta de la liberación.
R. A.
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