Sergio Román Armendáriz
Integrante del Club 7 de Poesía,
(Guayaquil, 1951-1962)
San José de Costa Rica,
25 de octubre – 7 de noviembre, 2011
I.-Tema, paisaje personal
(1er. miembro de la hipótesis)
Amistades apresuradas confunden poesía erótica con cualquier manifestación del comportamiento sexual humano, que es tan curioso y variado en la cama, por lo cual, sólo las sábanas pueden hablar con algún grado de precisión.
De allí que, en el primer verso del primer poema de mi ‘Arte de amar’, escribí: ‘La sábana se enciende para la batalla…’
Pero, en este mundo mercantilista que padecemos, la única reproducción que tiene valor es la financiera, la monetaria, (no la genética, menos la lírica), aunque el sistema explote en bárbaras crisis como la que hoy azota al capitalismo.
Escribir versos no es rentable y quien lo hace, es un ser peligroso que atenta contra el sistema, no tanto por razones políticas sino porque, para la burguesía, el poeta es un excéntrico o sea alguien que no coloca el dinero en el eje de sus preocupaciones. Ergo, es un parásito, un extraño a quien se intenta descalificarlo, de inmediato, con el apelativo de homosexual o de lesbiana, conceptos que hoy, por fortuna, muestran signos de renovación semántica y aceptación social.
El ‘Club 7’ no ha sido una excepción porque hay personas, incluso especialistas, que merodean las composiciones del grupo con la esperanza de encontrar alguna prueba de la supuesta o real homosexualidad o bisexualidad de sus integrantes. Qué les importa, sobre todo si se considera que en esa morbosa ceremonia se pierde de vista lo principal, el poema, criatura autónoma con su estructura y su magia, pues los curiosos se quedan hipnotizados con su propio dedo índice que señala hacia una luna lejana que ellos o ellas no ven.
‘Practicismo’ de Ileana y ‘Distinto’ de David, ejemplifican esta apreciación. Veamos un extracto:
‘El practicismo (…) sugiere que me case / con un buen comerciante / porque así dejaré de … dar recitales … / (… y de comer) frijoles secos / (…) pero Ileana, la tonta, la lírica, la loca, / se casará / -si se casa- / con un poeta pobre.
Veamos, ahora, un extracto de ‘Distinto’:
‘(…) Mis hermanos / mis diferentes semejantes que amo. (…)
En 1954 publiqué ‘Del poeta y su llanto por la muerte de la infancia’, una autoelegía que empezaba diciendo: ‘¡Ay, Sergio Román! ¡Ay, breve amado mío! / ¡Ay, leve niño puro! Sin intuir / De súbito, te arrancaste la venda para mirarte ciego. / (…)’
Alguien en la imprenta sintió que el título era muy largo y, sin consultarme, me hizo el dudoso favor de suprimir la frase explicativa: ‘… por la muerte de la infancia’ lo que creó cierta ambigüedad propicia al chisme pues yo, al añorar los años de mi niñez, como autor en ciernes, quise experimentar alejándome del acontecimiento para tratarme, a mí mismo, con mi nombre y apellido, pero como si fuese otra persona. En resumen, se trataba de una cuestión de enfoque literario y no de una declaración de homosexualidad.
Con los antecedentes expuestos, en este trabajo bosquejaré la hipótesis de que las costumbres sexuales no nos convierten necesariamente en poetas, aunque los burgueses utilicen ese latiguillo, porque la erótica es más expresiva que el hecho, a veces rutinario o circunstancial, de acostarnos en compañía o en soledad.
Tampoco las costumbres sexuales ‘explican’ el poema. Con razón dice Eduardo Carranza: ‘… te saltabas las explicaciones como los sueños y los versos’ . El poema no es una ecuación explicable. Su valor reside en la creación de una realidad extraordinaria que se construye con las limitaciones ordinarias del idioma. ¡Éste es su valor radical: la alquimia que trasmuta lo ordinario (el idioma) en lo extraordinario (el poema).
Resumo, por afán didáctico, la dualidad de mi hipótesis, subrayando, en primer lugar, en este capítulo, lo que acabo de expresar, o sea, la autonomía del poema frente a las costumbres sexuales (reales o morbosamente distorsionadas) de quien lo concibió. Y subrayando, en segundo lugar, en el capítulo siguiente, la simbiosis entre Eros, el semen, y Tánatos, la ceniza, que son ‘el polvo en que tarde o temprano, nos convertiremos’, proverbio bíblico, del cual, oblicuamente nuestro pueblo, en su registro coloquial ha incorporado una acepción con matices sexuados, de la voz: ‘¡polvo!’.
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